Portadores de conocimientos

ENTRE RITOS Y MAGIA

Cuando Benjamín Carrión dio su aval para la creación del núcleo, de la Casa de la Cultura de Manabí, en 1947, dijo que esperaba que esta provincia, tan imaginativa, diera al país grandes historias, propias de un pueblo de vida apasionada.
Quizá fue por ese tiempo que, cerca del río Chone, unos muchachos que jugaban se encontraron con un personaje extraño, escondido en medio de unos guaduales.

El tremendo susto los hizo correr hasta el pueblo, en donde contaron que habían visto al diablo. Desde entonces, el episodio se convirtió en leyenda, ampliado o disminuido según la imaginación de quien lo cuenta.

Y por una razón que atañe a todos los pueblos de la tierra, el simbolismo acompaña a los alimentos como dadores y quitadores de vida. En Manabí, mucho más, encantados como estamos por nuestra extensa variedad.

De acuerdo con cómo utilicemos los alimentos, florecerá la existencia o se apagará. Desde niños nos amamantan, lo que implica una especie de transfusión de un elemento necesario para la vida de los primeros meses: la leche materna. Y desde los tiempos más antiguos, lo decía Platón en su sabiduría: el hombre era lo que comía.

Nuestros pueblos indígenas hacían ritos de bienaventuranzas por los alimentos abundantes, o pedían que la lluvia trajera de nuevo las cosechas en épocas de sequía. Testigos de eso son piezas encontradas por los arqueólogos.

La costumbre de agradecer por la vida y los alimentos no hacía olvidar los ritos frente a la muerte.

Dejar en las sepulturas vasijas con manjares que prefirió en vida el difunto era una práctica precolombina, y de eso ha investigado con creces Libertad Regalado.

Y en el mundo andino, la chicha, bebida fermentada ancestral, fue imprescindible en la celebración de cualquier ritual.

Ya por estos tiempos en que hay más descreídos que confiados, el manabita mantiene creencias que al mismo tiempo pueden ser mitos.

Guindar en el marco de la puerta un cactus o alguna otra planta que aleje a los malos espíritus, o considerar que el horno puede mantenerse encendido por siempre, son mitos vigentes.

Dice el gestor de identidad, Eumeny Álava, que cuando un pájaro llamado Chijuá, un poco grande y de larga cola, llega y canta cerca de una casa campesina, los propietarios ya saben: “la visita va a llegar”. Los campesinos aseguran que, efectivamente, llega.

Algo parecido ocurre con la candela, que dicen que habla desde el horno, anunciando la llegada de comensales. Hay que matar la gallina y preparar el aguado, porque efectivamente amarrarán el burro (eso sí, no se sabe cuántos). Y, por si las moscas, le ponen un poco de sal a la candela del fogón, para que la persona que visita traiga algo.

Hay ocasiones en que la visita se quiere ir, pero se le pide que no lo haga, que se espere un platanito, lo cual, en lenguaje del agro significa una suculenta comida. Si es para desayunar, se brinda maní quebrado, queso, tortilla de huevo, suero blanco, pan de almidón y café de olla.

Y en el origen de dichos, la gastronomía deja su sello. Eumeny cuenta que hay una plantita que crece de manera silvestre donde hay humedad y en Manabí la han bautizado como culantro de pozo, imprescindible para muchas recetas.

Su olor se queda impregnado en los dedos. Si se echa mucho culantro la comida se pone mala y de allí viene el dicho “es bueno el culantro, pero no tanto”, aplicada también a acciones humanas extremas. Hay la creencia de que la leche de burra negra mejora la tosferina en los niños. Y también el convencimiento de no dar carne morada de gallina a las mujeres paridas, porque hace daño a ella y a quien recién nació.

Para las verrugas, sobra el dermatólogo: tirando terrones de sal a la candela, de espaldas y durante tres días seguidos. Con ese conjuro, pronto se irán. Si lo que tiene es un lobanillo, esa incómoda protuberancia que aparece en la cabeza o el cuerpo, debe mirar a un cerro, tocarse el lobanillo y decir “lobanillo al cerro”, varias veces.

Entre los saberes míticos, está la convicción de que las gallinas patas amarillas son más gustosas y que el suero blanco es mejor hacerlo en las bateas de guachapelí porque friccionar la palma de la mano contra la madera da mejor mantequilla que hacerlo en recipiente de plástico.
Es parte del mundo mágico de nuestra entrañable Manabí.

Más Recetas

Comiendo de la misma olla

COMIENDO DE LA MISMA OLLA Las sociedades de nuestros tataratataratataratatarabuelos, fueron culinariamente comunitarias. Esto nació espontáneamente de la necesidad de estar juntos a la hora

Ver Más »

Explora nuestras recetas manabitas