Portadores de conocimientos

PUNTO DE ORIGEN DE MUCHO

Montecristi ha sido origen de muchas cosas: ahí nació en 1842 Eloy Alfaro, el liberal a quien una encuesta nacional reconoció como el mejor presidente de la historia ecuatoriana. Y en los albores del siglo XX, en 2008, dio a luz a la Constitución que hoy guía al país. De eso quedó como evidencia, Ciudad Alfaro, uniendo dos momentos de la historia, al pie del cerro que bautiza a esta ciudad.

Como este, Montecristi tuvo momentos de gran protagonismo: a mediados del siglo XIX fue un centro político y económico que incluso hacía que la gente se refiriera a ella como a la capital de Manabí (que siempre ha sido Portoviejo, valga la aclaración). El tiempo y las olas han cambiado eso hasta ser casi un sitio de paso, pero de parada obligatoria, eso sí. En los 60, muchas familias portovejenses se trasladaban a las playas de Tarqui para disfrutar de las vacaciones. Los principales medios de transporte eran vehículos de fila, uno que otro vuela mecha y el camino no estaba en las mejores condiciones, por lo que el viaje tomaba más tiempo del deseado. Incluía detenerse en Montecristi donde vendedores ambulantes ofrecían sabrosas cocadas. No se sabe exactamente cuándo, pero quizás en la década de los 70, empezaron a ofrecer también roscas. No eran un invento reciente. Es probable que, en medio del montón de vendedores de cocadas, algunos pocos también ofrecieran roscas, aunque en menor medida. La rosca, subproducto del pan, tiene una larga historia. Las de Montecristi son de textura firme y su forma entrelazada en un círculo le da un carácter particular. El tamaño no importa, como en muchas otras cosas: puede ser grande, mediana o pequeña, y si bien los turistas locales o de otros lares no las conocían, formaban parte de la vida cotidiana de nuestros bisabuelos y abuelos. Era común repartirlas en los velorios, acompañadas de café, o disfrutarlas en tertulias familiares nocturnas. Esta tradición encontró en Montecristi un lugar donde arraigarse comercialmente hasta volverse un símbolo.

Hoy en día, cada vez que los vehículos viajan de Portoviejo a Manta o viceversa, se detienen en Montecristi para adquirir fundas con el preciado bocado. En medio del barullo de la oferta de roscas y el intercambio intenso del producto, Montecristi además sorprende con su rica artesanía en madera, barro, tagua y otros materiales exhibida y vendida en pintorescos bazares. Entre toda la oferta, hay algo recurrente que los cientos de turistas estadounidenses, asiáticos y europeos que desembarcan de los cruceros y se trasladan a esta pequeña ciudad, piden: el mundialmente famoso sombrero de Montecristi.

Casi en el límite entre Montecristi y Manta, un monumento a la tejedora honra la vocación ancestral de las mujeres manabitas, que tejían sombreros para matar el tiempo y ejercitar sus manos, sin imaginar que un día su labor sería famosa en todo el planeta. El sombrero, que en el pasado también se conoció como sombrero de Jipijapa, fue erróneamente rebautizado por avatares del destino como Panama Hat, un nombre que persiste en la memoria de los visitantes a pesar de las aclaraciones que permanentemente se hacen. El origen de este sombrero hay que conocerlo y está en la comunidad de Pile, a unos 30 kilómetros de Montecristi. Es la fuente de la materia prima, la paja toquilla, pero también es un centro de formación de decenas de tejedores que se esfuerzan a diario por crear el mejor sombrero del mundo, como muchos lo consideran.

De las 173 personas que siguen tejiendo el sombrero,
118 son mujeres y 55, hombres. No las conté yo. Son datos de un censo de la UNESCO a través del programa “Tejiendo desarrollo sostenible en Pile, Manabí”. Desde cuando se hizo el sondeo a la fecha, puede haber cambios por migraciones, nuevas incorporaciones y abandonos. No lo sabemos. Pero así de reducido es más o menos el número de tejedores. Adquirir un sombrero hecho en Pile, de mediano o gran formato y excelente calidad es un placer que los viajeros se dan mientras disfrutan del horizonte marino, donde otras aventuras visuales y gastronómicas los esperan.

Su fama es mayor desde 2012 cuando el sombrero de paja toquilla confeccionado en Ecuador obtuvo de la UNESCO el título de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, reconociendo la milenaria transmisión de conocimientos y saberes. En Ecuador, además de Pile, también se teje en otros sectores de Montecristi, Jipijapa y Picoazá de Portoviejo y Cuenca en la serranía y en todos esos puntos se esfuerzan por perfeccionar y proyectar al mundo esta preciada distinción.

El tiempo parece en otra dimensión en las manos de los tejedores que con paciencia dedican horas que pueden trans- formarse en meses e incluso un año, para obtener las hermosas piezas. Del tiempo y la finura se obtendrá su precio. En silencio absoluto, sin distracciones de la vida actual, al alba o al caer la tarde, concentrados y conectados con su trabajo profundo dejan una parte de cada uno en la obra final, esa que, en la cabeza de quien lo compró, vivirá otras historias de las que los tejedores ya no sabrán.

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