
MACHETINO Y EL GRAN CACAO
Cuando escuchaba la expresión “El gran cacao”, Machetino pensaba en aquellos fulanos que, creyéndose ricos económica o intelectualmente, miraban a los demás por encima del hombro
Pero eso era coloquial. Machetino supo pronto que El gran cacao se refería en la realidad a un fruto que es parte de la vida económica del Ecuador y que, entre 1870 y 1930, alcanzó tal crecimiento que sacó la cabeza por el techo, convirtiéndose en salvador temporal de una economía lánguida. Por la enorme demanda, la gente sembraba y sembraba y los gringuitos compraban y compraban. ¡Gran negocio!
Y aunque a eso que le llamaron boom (Machetino decía que debía llamarse bombón) decreció, porque todo lo que sube baja, pero el cacao siguió siendo parte importante de la vida del país.
Machetino leyó que Manabí estaba entre las provincias más sembradoras y cosechadoras, junto a Guayas, Los Ríos, Esmeraldas, El Oro y Santa Elena, o sea las tierras de todos los montuvios, cholos y negros. Y que, en nuestra provincia, una comunidad llamada Piedra de Plata, en el cantón Pichincha, se ufana de producir el cacao más fino del mundo, por su calidad, aroma y sabor, y que de la pepa sacaban unos 2.500 quintales. ¡Están que no entran quienes habitan en el lugar!
Pero el Machetino se enteró también de algo grave: que el mentado grano era acaparador de camellos, pues se le atribuían al menos 1.000 productos derivados. “Está en todas partes”, dijo Machetino.
Cansado antes de empezar, nuestro personaje no quiso repasar semejante lista y se limitó a revisar unos cuantos temas.
Leyó que del grano se producen cosméticos, cremas humectantes, jabones, champús y otros embellecedores. Y pensó en su Anacleta, con quien llevaba amarrado casi 40 años.
Le llamó la atención la mantequilla labial y entonces supo que aquello que se ponía cuando imprudentemente se exhibía medio pelado y sin protector en Crucita, venía del famoso cacao. ¡Haberlo sabido antes, me lo hubiera comido!
Cuando supo de la intromisión del cacao en la industria farmacéutica, Machetino imaginó aspirinas de chocolate y cerró los ojos.
Lo que más le gustó fue leer la palabra confitería, pues era un fanático del dulce. Se le salió un mmmmm y siguiendo la pista de su improvisada onomatopeya salió en busca de una tienda para comprar un chocolate. En las vitrinas divisó uno que decía “Made in Calceta”. Lo probó y quedó encantado. El tendero le dijo que el propietario era un tal Rolando Montesdeoca, finquero, asentado en las cercanías del Carrizal.
“Están para exportación”, sentenció Machetino, dándose aires de chocolatero profesional.
El tendero también le dijo que en Calceta existía una organización llamada Fortaleza del Valle, que impulsaba la calidad del cacao exportable y que había ganado un premio de excelencia en París, hace algunos años, de la mano de un cacaotero que ya se fue al cielo: Pedro Berto Zambrano.
Al salir de la tienda compró un periódico y le llamó la atención un titular. Se enteró que estudiantes de la escuela de gastronomía de la Universidad Técnica de Manabí (UTM) estaban exponiendo postres de cacao. Y el mmmmm se volvió a percibir.
La noticia también decía que 40 alumnos habían finalizado el taller de cacao y chocolate organizado por el Centro de Emprendimiento e Innovación de la Prefectura de Manabí. Inquieto con esto, se fue de metiche a observar en varias fincas, el proceso de siembra y cosecha. Más adelante se enteró de que la escuela de gastronomía de la misma UTM tenía una materia llamada arte del cacao. “O sea que tam bién se cree artista, o sea que también se mete a las aulas”, exclamó Machetino.
No contento con lo averiguado, Machetino fue a una biblioteca y conoció que el cacao era viejito porque había nacido hace unos 5.000 años. Quedó orgullosamente asombrado cuando supo que unos estudios habían determinado que la pepa de oro había sido domesticada en el Ecuador.
Y así, paso a paso, Machetino siguió preguntando y preguntando, hasta que le agarró un sueño de padre y señor nuestro. Y, creyéndose un gran cacao, se quedó profundamente dormido entre los brazos de su Anacleta.
Pero en sus sueños, el cacao seguía hablándole, recordándole que su historia no era solo de dulzura y éxito, sino también de lucha y perseverancia. Al despertar, Machetino comprendió que el verdadero “gran cacao” no era solo un fruto, sino el espíritu indomable de su gente, que había transformado un simple grano en el orgullo de una nación.
Con una sonrisa en los labios y un nuevo respeto por el cacao, Machetino se declaró defensor de su legado, asegurándose de que su historia siguiera viva en cada rincón del Ecuador.